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Tres semanas en inmejorable compañía (II/II)

  • Writer: Mikel
    Mikel
  • Feb 18, 2019
  • 8 min read

Chiloé y el inicio de la Carretera Austral


Para celebrar el cumpleaños de Jon, decidimos visitar la isla grande de Chiloé. Dicen que es una isla mágica y que el marisco está al nivel del gallego. Tomamos nuestro primer ferry: de Pargua a Chacao. Nada más ponernos en marcha, una bruma nos oculta la vista más allá de pocos metros, pero enseguida se despeja y podemos contemplar la fascinante costa opuesta.



Llegamos a tierra firme y nos dirigimos a la vecina localidad de Ancud, donde unos chilenos a bordo del ferry nos han comentado que hay buen género en el mercado municipal, donde también se puede almorzar marisco a la olla a buen precio. El almuerzo y el marisco no resulta ser nada del otro mundo (almejas y mejillones de variado tamaño) y en el mercado ni siquiera encontramos pescado fresco, sólo un puesto con salmón congelado o ahumado. Estamos un poco desilusionados ya que queríamos darle un capricho a Jon por su cumpleaños. Vamos a dar una vuelta por las calles de Ancud y pronto se nos olvida el disgusto. Mientras Élise se hace una bonita trenza con piedras rosadas, Jon se pasea por los puestos callejeros y compra varios souvenirs para repartir a la vuelta.


Una vez contentos, ponemos rumbo al oeste: las pinguineras de Puñihuil. Cuando llegamos a la playa, enseguida nos damos cuenta de que es tarde para hacer el tour a las pinguineras. Ya se ha vendido todo el bacalao y el día siguiente no hará buen tiempo para navegar. Sin embargo utilizamos nuestra arma secreta y por lo menos conseguimos un pase para Jon. Al fin y al cabo es su día especial y no se lo pueden negar. Nosotros ya vimos pinguinos en las Galapagos y esperamos ver más al sur en Argentina. Jon vuelve del recorrido en lancha encantado. Poco después nos asentamos en una elevación frente al restaurante y preparamos la tienda y algo ligero de cena. Llegan nuevos vecinos chilenos con los que conversamos un rato agradablemente. Nos recomiendan visitar Isla Quinchao. Para finalizar el día, decidimos recorrer el sendero que nos lleva hasta los acantilados desde donde se ven los islotes en los que anidan los pinguinos que Jon visitó por la tarde. La última luz del día da un aspecto mágico al lugar. Nos sentimos en paz para ir a descansar.



La mañana siguiente amanece lluviosa. Montamos la tienda mojada y me pongo detrás del volante. Después de hora y media conduciendo en ripio bajo intensa lluvia, llegamos a la capital Castro con un cuarto de combustible. Como aquí es mucho más caro que en el continente, decidimos usar los 40 litros que llevamos arriba y esperar hasta Puerto Montt para volver a repostar. Durante esta operación es donde nos damos cuenta de que tenemos un problema con el maletero: ¡no abre! Menos mal que el vidrio trasero se baja y todavía podemos acceder a él. Después de visitar un poco, decidimos buscar un sitio para almorzar, pero como nada nos convence nos vamos a Dalcahue. Allí comemos tres pescados diferentes que compartimos. ¡Deliciosos! Una vez saciados, tomamos un ferry corto hasta Quinchao y recorremos esta pequeña isla en un par de horas. Las vistas sobre el archipiélago son estupendas y tiene numerosas iglesias Patrimonio de la Humanidad con un estilo curioso. Una vez de vuelta, encontramos una gasolinera independiente con el combustible más barato que hemos encontrado desde Santiago, por lo que llenamos los tanques hasta arriba. De vuelta en la isla grande, nos dirigimos hacia el norte y nos instalamos al lado de una escuela frente al mar.



Al día siguiente, después de cruzar el canal, conducimos hasta Puerto Montt, donde llevamos el coche al taller oficial Toyota. Varios intentos intentos más tarde, no consiguen arreglar el portón y nos comunican que la única solución es pedir la pieza. Como tenemos un ferry reservado para la mañana próxima, no podemos esperar y procedemos a abastecernos para los próximos días en un supermercado cercano. Almorzamos un rico pollo al ají en un restaurante peruano y nos ponemos de camino a Hornopiren, punto de partida del primer ferry de la Carretera Austral. Acampamos a media hora del puerto a orillas de un río donde lavamos un poco y cenamos antes de ir a dormir.


Nos despertamos temprano para estar en la cola un par de horas antes del zarpe. Es un ferry de más de 4 horas con capacidad para muchos vehículos y se toman muy en serio el orden de abordaje. Una vez abordo, conversamos con nuestros vecinos de asiento que nos dan numerosos consejos para nuestro viaje al sur del sur. También hacemos un bueno amigo: Santiago, un niño de 10 años que viaja con su papá y está un poco aburrido. Una vez desembarcamos, conducimos hacia el sur y almorzamos en Chaitén. Jon y yo hacemos la caminata al ventisquero Yelcho. No sabemos hasta donde nos dará tiempo a ir ya que unos chilenos que vuelven nos dicen que se tarda "3 horas no más" en llegar. Le metemos un poco de caña y en una hora ya estamos allí. Las vistas a la cascada y el glaciar son increíbles. Ojalá hubiéramos venido con más tiempo para acercarnos todavía más.



Lamentablemente nos tenemos que volver ya que se hace tarde para acampar. Seguimos hacia el sur. Un lugar cerca del Lago Yelcho ha ganado el premio de tenernos como camperos esa noche. Por el camino, nos encontramos con una fogata, no sabemos si bajo control. Jon se acerca un poco y dirige una palabras al hombre que parece ser el dueño del terreno. La respuesta no es muy entendible pero parece que no hay problema. El estado de alerta por incendios es muy alto en esta zona, por lo que preferimos comunicar la situación a los próximos vecinos con los que nos encontramos. Nos dicen que ellos no pueden hacer nada porque no hay líneas telefónicas ni señal en esa zona, así que tendríamos que dar la vuelta e ir hasta Villa Santa Lucía. Parecen tranquilos y conocen al vecino. A nosotros no nos quedan muchos minutos de luz, por lo que decidimos acampar en el lugar escogido y cocinar unas hamburguesas deliciosas para cenar. En serio, una de las mejores que hayamos comido hace mucho tiempo.


Al día siguiente, volvemos por la misma carretera y comprobamos que no hay rastro del fuego, por lo que nos sentimos más tranquilos. Continuamos hasta el Lago Claro Solar donde hacemos unos ejercicios de eco junto a unas vacas locales. ¡El resultado es realmente fascinante! Luego vamos hasta el Lago Rosselot para almorzar frente a sus orillas. Continuamos hasta Puyuhuapi donde pagamos por unas duchas y sacamos la tienda frente a la desembocadura del Río Pascua.



El plan es visitar el Parque Nacional Queulat durante la mañana próxima. Nada más llegar, contemplamos el Ventisquero Colgante desde el mirador próximo al parking y recorremos el Sendero Interpretativo. Hay mucho que aprender sobre el desarrollo de esta formación geológica. Poco después, subimos hasta el mirador más cercano al glaciar. Son casi dos horas de ascenso pero merece totalmente la pena. Almorzamos nuestros sándwiches de jamón, queso y palta mientras disfrutamos de una vista espectacular. Ese pedazo de hielo que parece a punto precipitarse de un momento a otro, aguanta estoicamente a pesar del caluroso día. Paga su precio en forma de una bonita cascada. Durante el descenso, charlamos con unos valencianos que están visitando el sur de Chile y por último caminamos hasta la orilla del lago. Decidimos finalizar el día acampando a orillas del Río Cisnes.



La siguiente jornada nos lleva un poco más al sur por la Carretera Austral. Pasamos por el Parque Nacional Coyhaique donde almorzamos y recorremos un par de senderos a través de un bosque encantado y a lo largo de preciosas lagunas. Hacemos compras en la ciudad homónima y ponemos rumbo a nuestro próximo asentamiento nocturno: la costa este del largo y hermoso Lago Elizalde.



Después de pasar una agradable velada, desayunamos en el muelle mientras observamos como un par de turistas italianos se preparan para su día de pesca en el lago. Una vez listos y aseados, ponemos el coche en marcha con el morro siempre en dirección sur. Hacemos una parada en el mirador Cuesta del Diablo donde sacamos algunas fotos a la carretera zigzagueante que nos espera más abajo y al espectacular Cerro Castillo. Poco después de Villa Cerro Castillo, viramos a la izquierda y visitamos el paredón de las manos pintadas, donde no se ponen de acuerdo sobre la antigüedad de las pinturas en positivo y negativo. Continuamos con la carretera, que pronto se torna uno de los peores ripios por los que hemos transitado hasta la fecha. Después de unas tres horas en tensión y un poco de pasta para comer, por fin divisamos el lago General Carrera. El azul de sus aguas es impactante. Nos tomamos nuestro tiempo conduciendo hacia Puerto Río Tranquilo a lo largo de su orilla y parando de vez en cuando para admirarlo. Éste será el último destino de Jon, así que hay que inhalar todos los detalles. Aparcamos frente al lago donde cenamos junto a un bonito anochecer, con las montañas nevadas al fondo y cisnes sobrevolando las tranquilas aguas.



Al día siguiente nos despertamos relativamente temprano, ya que hemos reservado el tour de las 8 para las capillas de mármol. Desayunamos y guardamos la tienda, pero parece que ha habido algún problema con los otros turistas y finalmente nuestra lancha no saldrá. Toca esperar hasta las 9:30 así que el ambiente está un poco tenso. Dicen que el que se apura en la Patagonia pierde el tiempo, por lo que nos resignamos y hacemos planes para después. Una vez a bordo, el capitán nos lleva a toda velocidad hasta las interesantes formaciones de mármol y nos va señalando figuras que parecen animales u objetos. Es realmente un escenario precioso. Junto a nuestra lancha hay varios kayaks coloridos que incluso embellecen el entorno aún más. Después de algunos minutos dando vueltas, volvemos al puerto a todo gas.



Poco después de las 11, seguimos las indicaciones de un guía turístico y subimos a la colina que protege el pueblo, dirección a un pequeño glaciar. El camino no está señalado. De hecho casi no hay trazada alguna. Élise decide avanzarse un poco y pronto la perdemos de vista. No sabemos que camino ha cogido, por lo que nos aventuramos a coger uno en ascenso. El resultado es un par de horas en las que Jon y yo buscamos a Élise y nuestro propio camino de vuelta. Por lo menos el tiempo es soleado y tenemos comida y agua. Sin embargo la travesía es difícil. No hay ninguna indicación y el prado está lleno de plantas que dejan sus semillas punzantes pegadas por toda nuestra ropa, lo que nos obliga a detenernos una y otra vez. Por fin alcanzamos el río y poco más adelante una verja con unas vacas que nos observan. Mi objetivo es salir por ahí pero Jon se muestra tajante: ¡él no pasará por delante de esos cuernos! Volvemos al río para ver si encontramos una vía de escape pero pronto resulta obvio que es imposible. Volvemos con las vacas y decidimos saltar una verja y colarnos por el camping contiguo. Pronto un hombre nos pregunta si estamos alojados en el camping y dada nuestra negativa, nos pregunta por donde hemos entrado. Con la verdad por delante, le contamos nuestra historia y nos responde que no nos preocupemos, que él no está enfadado. Es más, al parecer "una niña" había pasado por ahí hacía un par de minutos preguntando por dos hermanos. No estábamos tan lejos después de todo. Varias vueltas al pueblo después, por fin la encontramos y podemos almorzar.



Pasamos la última noche de Jon en un camping de una señora muy agradable a orillas de Lago Tranquilo. Después de un baño y unos intentos fallidos de pesca, cenamos con un poco de vino y contemplamos el claro cielo estrellado antes de ir a dormir. El día siguiente nos esperaba con un largo trayecto de vuelta al aeropuerto de Balmaceda por aquella carretera de ripio y una triste despedida. Todo tiene un final, tanto lo malo como lo bueno. De lo que no hay duda es que lo pasamos muy bien. Muchas gracias por venir Jontxi!


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